De repente, un ritual anacrónico. Centenares de jóvenes corren por una de las calles, gritando cual marabunta tribal, aplaudiendo, vitoreando, asustando ¿Qué es lo que se caza? En medio del gentío, un toro bravo. Negro, poderoso, repleto de miedo. Cae un sol de justicia. Y el animal está agarrado por dos cuerdas a la cornamenta.
Son las maromas, de las que tiran los mozos para conducirlo por todo el pueblo. Hablamos de kilómetros. Inmovilizándolo a su voluntad. Su cuerpo esbelto impacta contra una señal de tráfico y la tumba. Prohibido aparcar. O contra un árbol. Persigue confuso a la gente por una gasolinera. Una mujer mayor se la juega y lo torea mientras el marido, histérico, intenta detenerla. El toro es lanzado después a la acequia. Golpeando su morro contra el quitamiedos metálico. Intenta defenderse y otra vez lo frenan las cuerdas. Y todo durante más de una hora (el reglamento no permite más de 20 minutos). Así fue el toro ensogado (capllaçat) que presenció Público el pasado jueves en Sant Jaume d’Enveja (Tarragona).
Las Tierras del Ebro son el último bastión taurino de Catalunya. Es la soga y la embolada. Es el fuego y el pilón. Es la vaquilla que corre y el orgullo de unos mozos que se aferran a su tradición como a la madre, al padre y a la tierra. Durante todo el verano, los pueblos, con sus plazas de toros improvisadas, creadas con camionetas y material de construcción, recrean centenares de rituales que los convierten “en uno de los puntos negros de España”, según la Asociación Nacional para la Protección y el Bienestar de los Animales.
Los defensores de la tradición alegan que nadie quiere más al toro que ellos, es su pasión. Tanto que algunos advierten: “Estamos dispuestos a ir a la guerra si nos los quitan”, explica Paco Soneca, ganadero de 24 años. Si alguien no conoce las Tierras del Ebro, la amenaza puede sonar a farol. Pero estamos hablando de algo profundo. Un submundo fluvial y atávico. Los animales son parte de un espectáculo “muy exigente”. Tienen que cumplir cual soldados. La programación es amplísima. Pueblo tras pueblo. Y los garantes de la tradición son, curiosamente, los más jóvenes, los buscadores de la adrenalina y de la identidad primaria.
Denuncias archivadas
Dora Casado, portavoz de PACMA (Partido Antitaurino contra el Maltrato Animal), explica que esta entidad ha interpuesto más de 60 denuncias, pero han sido archivadas. “Y en el Colegio de Veterinarios de Tarragona afirman que en 2007 sólo se registró un 2% de irregularidades. Se llevan su dinero de estos espectáculos”, agrega. “Denunciamos desde descargas eléctricas hasta la muerte de animales por colapso, el sufrimiento del ensogado y el embolado”, añade.
Enrique Morales, jefe de cuadrilla de los Emboladores de Amposta, disiente. “Falta comunicación. Puedo garantizar que no se maltrata a ningún animal. Al toro nadie le puede obligar a que corra. La gente a la que le gusta esta afición lo respeta. Que vengan y lo vean”.
El toro de Sant Jaume ha parado. Un caballo blanco lo mira desde detrás de una reja. ¿Qué habrás hecho, hermano?, podría decir si supiera razonar. Pero esta historia no trata de la razón. Reparten sangría y refrescos para combatir el calor. El toro sigue ensogado. Mirada perdida. Aún le quedan calles abajo.
domingo, 27 de julio de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario